Tras la caída del Muro de Berlín y la disolución de la URSS,
el capitalismo ha sido presentado como el único sistema económico y social
posible. Pensadores liberales y conservadores y la gran prensa difundieron la
idea de que estos acontecimientos constituían una prueba incontestable de que
el socialismo había fracasado. Francis Fukuyama llegó a decretar el fin de la
historia y de la lucha de clases. La profundidad de lo ocurrido hizo incluso
que muchos intelectuales que en el pasado defendían las tesis marxistas ahora
renegaran de ellas en un fenómeno mundial que James Petras denominó con acierto:
“intelectuales en retirada”.
En realidad, lo que se derrumbó con el Muro de Berlín y la
URSS no fue el socialismo sino su negación: el aparato estalinista, un régimen
burocrático sepulturero de la Revolución bolchevique de 1917 y que desde sus
orígenes estuvo al servicio de la contrarrevolución. Su desmoronamiento no fue
un evento de una sola noche. Fue un proceso prolongado y violento que inició
con la revolución húngara de 1956, ahogada en sangre por la burocracia
soviética, se extendió con el derrocamiento del opulento matrimonio de los
Ceausescu en Rumania en 1972 y las huelgas en Polonia. En estos y otros países
del Este europeo las masas se alzaron contra el régimen estalinista y sus
esfuerzos por restaurar el capitalismo.
Pese a que no lograron revertir el proceso de restauración
capitalista en curso, las masas obtuvieron al menos dos logros de trascendencia
histórica: quebraron el régimen de partido único propio del estalinismo y
alcanzaron la reunificación de Alemania. De manera que lo ocurrido a partir de
1989 no puede calificarse como una derrota, sino como uno de los mayores
triunfos de la clase trabajadora. Porque eso fue la derrota del aparato contrarrevolucionario
estalinista: una victoria de las masas que abrió una nueva etapa de
revoluciones a escala mundial y mejores perspectivas para el socialismo.
La crisis capitalista provocó que la rueda de la historia diera un giro
Hasta aquí nos hemos detenido en demostrar el verdadero
carácter de la caída del Muro de Berlín y la disolución de la URSS, ello con el
objetivo de comprobar que estos acontecimientos no niegan el concepto marxista
de lucha de clases, por el contrario: lo confirman. Para el caso, en los
últimos treinta años hemos presenciado como en diversas regiones del orbe se
suscitan intensos procesos revolucionarios: la intifada palestina, las
rebeliones populares en Sudamérica, el movimiento de los indignados en España,
el Ocupy Wall Street y la Primavera Árabe, son algunos ejemplos de ello.
Pero estos alzamientos populares no fueron suficiente como
para que los detractores de Marx cambiaran de opinión. Sobre estos hechos, los
intelectuales burgueses han escrito montañas de papel, sin que apenas salga a
la palestra el nombre del filósofo alemán, el primero en teorizar sobre la
lucha de clases.
Ha sido la crisis financiera de 2008 y no otro
acontecimiento el que provocó que sus ideas fueran desempolvadas. La razón no
es difícil de entender. Incapaces de predecir la recesión económica, sus
profundidades y consecuencias, los economistas no tienen más alternativas que
volver a Marx, el único que realizó un estudio de conjunto del capitalismo y
que demostró que este contiene en sí las semillas de su propia destrucción; que
es un sistema anárquico y caótico caracterizado por crisis periódicas que echa
a la gente del trabajo y provoca inestabilidad social.
La superproducción, argumenta Marx, es la causa de las
crisis, a la que suele preceder un período de especulación desmedida que en las
ramas más diversas aporta una prosperidad generalizada que impulsa a producir
más de lo que puede asumir el mercado. La paradoja tiene lugar cuando la
inmensa mayoría social carece de lo más elemental y comienza a acumularse una
gran cantidad de mercancías invendibles. Hay sobreabundancia de productos, pero
casi toda la humanidad sufre bajo la aguda necesidad de los medios de vida más
elementales. Todo esto lo previó Marx en 1859 cuando escribió su Prólogo a la
Contribución a la Crítica de la Economía Política.
Marx y la revolución
La crisis capitalista ha hecho que muchos se olviden de la
imagen reconfortante que el capitalismo ha presentado ofreciendo un futuro
próspero y seguro para la humanidad. La realidad es que en el mundo actual hay
millones de personas que sufren miseria y hambre, mientras que un puñado de
ricos se enriquece cada día más. Si la humanidad ansía salir de esta trágica
situación tendrá que eliminar las crisis y para ello es necesario abolir el
sistema capitalista. De ahí que Marx señalara que las revoluciones son un hecho
inminente.
En muchos países las masas comienzan a sacar conclusiones
revolucionarias. Hoy en día hay un fermento y un cuestionamiento del
capitalismo que no existía antes. Mejor aún, nuevamente oímos hablar de
socialismo, no como la dictadura totalitaria estalinista, sino como un modelo
de sociedad basada en la propiedad, control y gestión de las fuerzas
productivas por la clase obrera.
El viejo Marx sigue siendo tan actual hoy como hace 150
años.