Por Allan Núñez.
Fue un 26 de abril de 1937, eran las
cuatro de la tarde y los aviones alemanes lanzaron una docena de bombas bien
calculadas, sembraron el pánico en la población de esa pequeña villa vasca
cercana a Bilbao. Luego se sucedieron persecuciones desde otros aviones
ametrallando a la población civil que huía desesperada por calles, caseríos o
campos. Tres horas duró el bombardeo y la villa ardería hasta el día siguiente.
Así describió el poeta español Juan Larrea el bombardeo que en medio de la
Guerra Civil sufrió la Guernica, ciudad sagrada de los vascos.
Ese mismo día, aturdido por los
acontecimientos, Pablo Picasso realizó el primer apunte de lo que sería el gran
mural inspirándose en la destrucción causada por el bombardeo de la ciudad.
“Guernica” resumía las innovaciones en el lenguaje artístico del pintor
malagueño llevadas a cabo en los últimos treinta años y que definirían su obra
posterior. El estilo picassiano, síntesis de deformación poscubista y de
simbolismo surrealista, se manifestó como el más adecuado para mostrar la
muerte y el sufrimiento. Su atmosfera recuerda el espíritu del barroco español
con su exceso trágico y su fascinación por el dolor. Vista de conjunto, la obra
parece una gran obra teatral en la que los protagonistas, (una figura que a la
derecha grita con los brazos abiertos, una mujer que se precipita hacia la
izquierda, corre tanto que una de sus piernas parece quedarse atrás, el
guerrero aniquilado que en una de sus mano sostiene una espada y una flor, otra
mujer dobla la cabeza hacia arriba en un grito de dolor; lleva en sus manos a
su hijo muerto. El toro, el caballo, la paloma, las lenguas como puñales y los
ojos transmutados en agujas, etc.) danzan el ritual de la muerte a la luz de
una bombilla eléctrica, símbolo del
progreso técnico.
Este mes se cumplen 80 años del
“Guernica”. Desde que fue presentado públicamente hasta la fecha, la obra ha
sido objeto de loas y reclamos. Los críticos de orientación stalinista —desde
el joven Anthony Blunt hasta el poeta Louis Aragon— le reprocharon, a veces sin
nombrarlo, que por no renunciar a la innovación formal no conseguía la eficacia
semántica del realismo socialista. Por el contrario, artistas como Amédée
Ozenfant defendieron el lienzo diciendo: “Nuestra época es grandiosa, dramática
y peligrosa (…) y Picasso, al ser igual a sus circunstancias, hace un cuadro
digno de ellas.”
Testimonio y denuncia de esa tragedia
provocada por la aviación alemana, en apoyo a las tropas fascistas bajo el
mando de Francisco Franco, “La Guernica” de Pablo Picasso se considera una obra
fundamental para el siglo XX y sigue siendo hasta hoy un símbolo universal de
la matanza indiscriminada en cualquier lugar que ésta se produzca, llevando
implícito un mensaje de resistencia al autoritarismo y contra el ascenso del fascismo.
En ella Picasso impuso un argumento crucial en contra de quienes pregonan un
arte escapista, el de la necesaria conexión entre el artista y su época. Pero
también expuso una premisa fundamental a menudo olvidada por los artistas de
hoy, la de que pintar es, en sí mismo, un acto social. Esa fue su principal
aportación y por eso los revolucionarios le reivindicamos.